sábado, 9 de febrero de 2013


Las hermanas Papin, un doble homicidio

El caso de las hermanas Papin  reabierto de nueva cuenta por Jean Allouch permite documentar la interpretación de un acto de extrema violencia cuyo desenlace ilustra el predominio del imaginario como sostenimiento del vínculo y de la estructura subjetiva, desde un “déficit” estructural. 
El tratamiento oficial del caso evitó en su momento considerar la cuestión de la locura y lo que ésta manifiesta como subversión ante la concepción del comportamiento humano sostenido desde el vínculo y el discurso dominante. La objetividad del proceso legal que se documenta en los hechos ocurridos sobre el doble crimen de las hermanas Papin no hace sino comprobar la culpabilidad de las homicidas. Al proceder de esta manera se evita el contenido que corresponde a la responsabilidad subjetiva que remite a la relación materno filial y los elementos deficitarios de la diferenciación generacional. Para abordar este caso del “doble crimen” de las hermanas Papin es conveniente señalar que se trató de un hecho que adquirió rápidamente una dimensión pública, en la medida en que la sociedad civil se manifestó con activa indignación para no tolerar que un hecho de tal violencia quedará sin la aplicación de la justicia que le correspondía. Asimismo en esta cuestión pública, intervienen opiniones diversas a la de los especialistas del peritaje oficial, entre ellos la del Lacan de los años treinta.
El suceso fue comentado en los periódicos franceses de la época por primera vez, el día 3 de febrero de 1933, cuyo encabezado principal señalaba: La mayoría del pueblo alemán respalda a Adolfo Hitler. En un recuadro más abajo se podía leer: “Horrible crimen: La Sra. Lancelin y su hija Genevieve asesinadas por sus sirvientas”[1] Dos órdenes de violencia y dos esferas de la realidad epistemológicamente irreductibles aparecen entonces en una misma página impresa, ocupando la atención del público que sería despertado de su distante indiferencia, más no por el éxito del ascenso nazi, sino por el cercano suceso en la población de Le Mans, de un crimen horrendo cometido por la servidumbre en contra de los señores de la casa que las contrataban. El caso fue llevado a los tribunales de justicia con sus respectivos documentos, informes policiales, peritajes psiquiátricos y testimonios de las asesinas confesas y terceros afectados. Finalmente los aparatos de la justicia emiten una condena de muerte rápidamente tramitada por los dispositivos de la legalidad. Para una de las acusadas la pena de muerte, y 10 años de trabajos forzados para la otra participante “del horrendo crimen”. Es de señalarse que las fotografías de las víctimas que se incluyeron en el expediente, fueron accesibles solamente al jurado. Se requirieron cuarenta años para que dichas imágenes pudieran hacerse públicas y mostrar la visión de la masacre. Se trataba de los hallazgos de primera impresión que la policía encontró en el lugar de los hechos. El primer “objeto hallado” fue el ojo de una de las víctimas lanzado desde el descanso de la escalera donde tuvieron lugar los hechos. He aquí la conclusión a la que pudo llegar el doctor Chartier tras la investigación oficial:
La Sra. y la Srita Lancelin fueron muertas casi sin lucha, con un encarnizamiento y un refinamiento de crueldad de los que la literatura médico-legal ofrece pocos ejemplos. Los instrumentos del crimen fueron múltiples: jarro de estaño, martillo, cuchillo; y el hecho más particular del crimen es el arrancamiento de los ojos con la ayuda de las víctimas aún vivas, pero incapaces de defenderse porque ya estaban debilitadas por las considerables heridas.[2]
Madre e hija de una familia acomodada, eran también las personas de una filiación y una posición social, que quedaban expuestas como las víctimas de sus sirvientas. En la medida en que la sociedad civil se manifiesta activamente las instituciones encargadas de impartir justicia se verán influidas para tratar el caso y restablecer el orden si es que retroactivamente el castigo puede aspirar a restablecer dicho orden.
No obstante las preguntas esenciales sobre el conocimiento del acto criminal, sigue constituyendo un desafío a la razón, que queda sin explicación ni conocimiento esclarecedor.
En ese sentido la eficacia de la ciencia psiquiátrica sigue acompañándose de una política de desconocimiento, manifiesta en rechazar las aportaciones del psicoanálisis, tanto a su propio campo como al campo jurídico.
De hecho la condena a muerte decidida desde lo penal, se emitió rápidamente para evitar que pasara del terreno de lo legal al terreno psiquiátrico. En el terreno jurídico la resolución se trabaja sobre los hechos, en cambio en el terreno psiquiátrico surgen las preguntas inevitables sobre la causalidad del crimen y el problema sobre la responsabilidad del acto en personas afectadas de sus facultades, o que padecen de “locura”.
Durante el proceso tuvieron lugar diversos discursos para respaldar la condena y solamente uno a cargo de la defensa. Uno de ellos a cargo del Sr. Le Batonnier, representante de la parte civil y a nombre de la familia Lancelin pronunció públicamente estas conmovedoras palabras:
La Sra. y la Srita. Lancelin fueron asesinadas con un refinamiento de crueldad tal que en un primer abordaje, la razón se rehusaba a admitir la realidad de los hechos, y que el médico legista, comisionado para examinar los cuerpos de las víctimas, iba a poder recibir en su informe sin ninguna exageración, que uno se encontraba en presencia de un crimen sin presedente en los anales médico-legales, cometido con refinamiento de tortura que solo se encuetra en los pueblos incivilizados...
Sea como sea, esta escena de carnicería -el crimen reprochado a las muchachas Papin- les pareció a los magistrados encargados de la instrucción tan horrible, tan monstruoso, que repugnaba de tal forma a su razón de hombres íntegros el pensar que un crimen semejante había podido ser llevado a cabo por personas razonables.        

Más adelante el señor Le Batonnier afirmará que: “Ellas no son ni locas, ni histéricas, ni epilépticas: son normales, médicamente hablando y nosotros las consideramos como plena y enteramente responsables del crimen que han cometido”.[3] El peritaje que se realizo para afirmar que las hermanas eran normales corrió a cargo de tres médicos especialistas, “celebridades” médicas  que después de un examen profundo, serio, profesional, encuentran que no existe anormalidad alguna o contenido delirante o locura. El señor Le Batonnier pregunta: “¿cómo pueden tener los aún los profanos la pretensión de discutir provechosamente un informe como el que está en la base de estos debates  e intentar atenuar su alcance?”[4]. Para finalizar su discurso el señor Le Battonier solicita lo siguiente:
Ellas no ameritan ninguna piedad, y ya que el odio que tenían en el corazón hacia sus patronas les inspiró refinamientos de tortura y de crueldad en los crímenes que cometieron, que solo se encuentra en los pueblos salvajes, -ya que ellas se condujeron como bestias feroces- hay que tratarlas como salvajes y como bestias feroces. Hay que suprimir a una-ya que la ley permite suprimirla y hay que poner para siempre a la otra fuera de la posibilidad de hacer daño.[5]

Tras el “doble crimen” que las hermanas Papin realizan sobre la señora de la casa y su hija son encerradas y sentenciadas. La pormenorizada documentación de los interrogatorios nos muestran el refinamiento de una crueldad, justificada en el acto de las acusadas, con un lujo de violencia no menor a las asesinas. Del párrafo anteriormente citado quedó abierto el sentido de “tratarlas como salvajes y bestias feroces”, esto que también se entiende que la ferocidad salvaje queda del lado de quien trata, aunque con una razones de peso: las tratadas son también feroces y salvajes.  Se trabaja sobre “los hechos” y se interroga una y otra vez sobre lo sucedido con el objetivo de establecer la verdad de lo sucedido en sus más mínimos detalles. Sin reparar en hacer las mismas preguntas una y otra vez se establece la pormenorización de los objetos utilizados, la manera de golpear a las víctimas, el por qué de la posición de los objetos y los muebles en el espacio preciso donde ocurrieron los hechos, la parte del cuerpo de las víctimas que fueron dañadas y cortadas y la participación correspondiente de las hermanas en cada uno de los detalles y el intento de hacer corresponder las respuestas de cada una de las acusadas.  Las fotografías del archivo a las finalmente el público interesado podía tener acceso muestran la escena atroz de la violencia con la que fueron masacradas las víctimas. (el término masacradas es el que utilizó Christine sobre su acto). El dictamen forense señala que los cortes hechos sobre las piernas de la Srita Lancelin no muestran sangrado por lo que fueron efectuados después de que la víctima habia perdido la vida. También las nalgas muestran heridas. La derecha al nivel de la región sacroilíaca rasguños y una larga herida de 13 cm. Una de las fotografías muestra parte de esta imagen, pues como lo señala Allouch, hubo pudor para tomar la fotografía pues aparece cubierta con un abrigo que solo permite apreciar parcialmente la descripción forense. Estas “pruebas” serán importantes pues permitían por lo menos sospechar de algún desorden en el pensamiento de las victimarias, a las que se consideró sin manifestaciones de locura.
Las hermanas no niegan su acto y se dejan conducir. Sin embargo después de vivir inseparablemente una junto a la otra, en su encierro las hermanas fueron separadas. Una escena descrita en la reconstrucción del caso señala que Christine, a cinco meses de habitar en su celda, separada de Lea, empieza a manifestar una agitación creciente que culmina con alucinaciones, que aumentan su grado de agitación. Dice observar a su hermana Lea ahorcada y colgada. Christine amenaza grita e implora, exige o suplica que se le permita reunirse con Lea. Pero la petición es reiteradamente negada. La justicia no se deja ablandar. Uno de los testimonios reunidos por las guardianas señala que Christine, “la asesina”, intenta reunirse con su hermana y avanza sobre los muros, queriendo atravesarlos como si no existieran, como si no tuviesen una materialidad real y se estrella contra ellos.
Lea en cambio resiste la separación, y espera el desenlace.
El aparato médico jurídico francés instaurado desde 1838 y vigente hasta la fecha, encuentra culpables a Christine y Lea Papin.
Con uniforme de presas serán vigiladas día y noche en la celda destinada a las mujeres a quienes se cortará la cabeza con la proverbial guillotina francesa. Christine debe usar camisa de fuerza al dormir. En progresivo autismo, ante la separación y en un mutismo total, rechazando todo alimento, “se deja morir”. El diagnóstico del deslizamiento progresivo hacia la esquizofrenia fue el de “caquexia vesánica”. Christine, a diferencia de Lea, su hermana menor, rechazará firmar un recurso de apelación. A Lea le será concedido el perdón que acepta y retoma su camino hacia la vida con su madre la señora Clemence Papin.




[1]Allouch, Porge, Viltard, El doble crimen de las hermanas Papin, Artefacto, 1995,p21.
[2]Op. cit. p. 35.
[3]Ibid. pag. 114.
[4]Ibidem
[5]Ibidem, pag 118.

viernes, 1 de febrero de 2013


Jean Allouch, Marguerite, Lacan la llamaba Aimée, México, Editorial Psicoanalítica de la Letra (epl), Libros de artefacto, 1986.

La Tesis Doctoral de Lacan en el caso Aimeé
El ‘‘caso’’ de Aimée a partir del cual Lacan escribió su tesis doctoral en los años treinta fue retrabajado después de más de 50 años por el psicoanalista francés Jean Allouch,[1] quien da a conocer públicamente el hecho de que esta mujer no era otra que la madre del reconocido psicoanalista francés Didier Anzieu, cuyo análisis con Lacan se vería interrumpido por la dificultad para manejar la situación transferencial de su paciente.  

Con el libro de Allouch titulado Marguerite, Lacan la llamaba Aimée,[2] asistimos a la lectura crítica de otra construcción del caso al mismo tiempo que su actualización y su interpretación renovada. Otro tiempo y otra lectura. No se trata ya de Aimée, sino de Marguerite Anzieu. Con este trabajo Allouch devuelve al caso su polémica actualidad, pues profundiza en el terreno delicado de la filiación, la herencia, los orígenes de Lacan y sus errores fecundos. Entre los participantes de la polémica está Didier Anzieu, renombrado psicoanalista francés y miembro de la antilacaniana Asociación Psicoanalítica de Francia, hijo vivo de Marguerite Anzieu, paciente atendida por el joven Lacan. El primero forma parte de la construcción del caso que realiza Allouch. No solamente porque contribuyó a documentar la investigación historiográfica y presentó un postfacio en el libro, sino porque fue analizante de quien antes fue el psiquiatra de su madre. El trabajo de Allouch  revela líneas de importancia crucial que relacionan la enseñanza y la autoridad del analista con la resolución subjetiva y la posición intelectual adoptada ante la intervención del analista.

Marguerite es pues presentada por Allouch, quien al mismo tiempo elucida los equívocos fecundos de Lacan con respecto a ella y a su analizante Anzieu –aunque los errores en cuanto a la manera de interpretar la paranoia de Aimée son reconocidos por el mismo Lacan cuando se publica su tesis doctoral–. Con este trabajo Allouch reafirma su pasión crítica hacia Lacan y sus herederos institucionales. Lo no simbolizado de entonces retornaría a través de la escritura de Allouch.

Recordemos que Aimée irrumpe en escena cuando intenta un acto homicida dirigido contra una actriz conocida de la época. Su delirio se organiza en relación a la persecución de aquella actriz que dirige un “complot” para arrebatarle a su hijo de quien “quieren la muerte”. En el proceso encontramos que la intensión homicida de Aimée contra su propio hijo se dirige a una invasora que es en realidad la persona de su hermana que a su vez será reencontrada en la persecución paranóica. Una característica que le daría amplia notoriedad al caso entre un público más amplio que el del ámbito de la clínica, fue la vocación creativa de esta paciente que intentaba pasar a la fama por medio de su obra escrita.

Con respecto al trabajo de reinterpretación de Jean Allouch que ha orientado esta exposición, es posible hacer una presentación esquemática y por tanto introductoria mencionando un hecho inicial reconstruido: la negativa de Lacan de devolver a su apreciada Aimée los textos que ella había escrito y se proponía publicar a su salida del hospital psiquiátrico. Este singular suceso de negarle sus escritos tiene lugar en la casa de Alfred Lacan, el padre de Jacques Lacan. (Para una información más precisa del pormenorizado trabajo de Allouch remito al prudente lector al texto original. Por mi parte, me valdré solamente de algunos puntos señalados en aquel texto a partir de los cuales es posible presentar una posible actualización del caso.)

En su estudio monográfico, Allouch considera que Didier Anzieu formaba parte del caso Marguerite y realiza una interpretación con implicaciones de estructura sobre dos afirmaciones básicas:  
       1) Padre e hijo no tenían nada qué decirse.
       2) Una transferencia paterna positiva e intensa.

La primera afirmación es de Marguerite, la segunda una revelación autobiográfica de Didier Anzieu. Marguerite comunica la primera oración a su hijo en momentos en que él se analiza con Lacan, sobre el fondo transferencial que la segunda oración indica: padre e hijo no tienen nada qué decirse, refiriéndose a Alfred Lacan y a su hijo Jacques que hace "payasadas para amueblar el silencio". A partir de esta secuencia lógica Allouch reconstruye la interrupción del análisis de Didier Anzieu. Veremos de qué manera. 

La afirmación que Marguerite comunica a su hijo (llega hasta Lacan que la colocó en algún momento como sujeto supuesto saber) equivale, según Allouch, a "algo como: no tienes nada qué ver con Lacan cuestionado como padre".[3] 

Coincide en este vértice de la reconstrucción el hecho de que Anzieu había comunicado a Lacan que escribiría las reflexiones sobre su análisis y se las entregaría para que éste las publicara, pero se entera de la negativa de Lacan a devolver los papeles propiedad de Marguerite, a pesar de la petición expresa que ésta le hiciera estando en aún en casa de Alfred Lacan, para quien trabajó durante diez años. 

Entonces Anzieu decide no entregarle nada. Se ríe de Lacan, dice Allouch, pues sabe que no le dará esas reflexiones aun cuando las ha prometido. Es "la risa de la falsa promesa" que hace el analizante al analista con el que asistió durante cuatro años. Este pasaje está precedido por una pregunta crucial que hace Anzieu a Lacan en el transcurso de su análisis: "¿cómo pudo no reconocerme como el hijo de la que estuvo internada en Sainte Anne?"[4]


La reconstrucción de Allouch sustenta en este punto con la información proporcionada por Roudinesco y el mismo Anzieu. Al respecto existen dos respuestas restituidas a la historiografía del suceso y a esa pregunta crucial por la identidad:

1) Lacan confiesa a Anzieu que él mismo reconstruyó la respuesta durante la cura.

2) Ignoraba –dijo Lacan según el testimonio de Anzieu– el apellido de casada de Aimée, la cual había sido registrada en el hospital de Sainte Anne con su apellido de soltera.

En esta urdimbre apta para novelistas, y descifradores, Allouch sostiene que Anzieu no sólo es la continuidad del caso de Aimée, sino "la mayor objeción a la versión del caso."   

Después de la separación, propiciada en gran medida por la respuesta que da Lacan a la pregunta crucial de Didier Anzieu, éste no sólo se hace psicoanalista, sino que intenta seguir, por lo menos al principio, la enseñanza de Lacan sobre el rsi (real, simbólico e imaginario) en el trabajo con grupos. Después dejaría este camino teórico por considerarlo de poca utilidad. Anzieu abandona la línea lacaniana.  

Finalmente, es pertinente señalar que en el postfacio del libro Anzieu deja a Allouch la responsabilidad de su interpretación. Hace también un reconocimiento. Le dice a Allouch, con quien mantuvo solamente un contacto epistolar: “gracias a su texto pude superar mi aversión original a que se debatiera en público la psicopatología de un ser que para mí jamás fue un caso sino una persona."[5]





[1] Jean Allouch, Marguerite, Lacan la llamaba Aimée, México, Editorial Psicoanalítica de la Letra (epl), Libros de artefacto, 1986.
 [2] Ibid.
 [3] Ibid, p. 657.
 [4] Ibid, p. 664.
 [5] Ibid, p. 776.